A forjar el Protagonismo Popular: La Revuelta, el espejismo electoral y los horizontes nuestros
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Más allá de volver al pasado con nostalgia, de sumar aniversarios, de decir: “todo tiempo pasado fue mejor”, nos parece pertinente hacer ponderaciones del ayer y así mirar hacia adelante con mayor claridad. En ese sentido y a seis años de La Revuelta, es urgente hacer un balance honesto: reconocer la digna rabia que nos habitó, comprender por qué no alcanzó para transformar el país y trazar caminos concretos para que la próxima vez estemos más y mejor preparadas.
El espejismo de la participación electoral y de la vía institucional
La historia nos ha demostrado, una y otra vez, que la promesa electoral del cambio es una trampa. Cada cierto tiempo nos permiten elegir entre distintas caras, mientras el poder real sigue concentrado en las mismas manos: empresarios que controlan la economía, militares que “garantizan” el orden, tecnócratas que diseñan las políticas. El voto se convierte así en una válvula de escape del descontento popular, un mecanismo que pretende canalizar el potencial político de las comunidades hacia espacios controlados donde no representa ninguna amenaza real para el sistema.
Tras el estallido de octubre, la socialdemocracia se apropió de la consigna del cambio que había nacido en las calles y prometió ser el gobierno que acabaría con todos los males del neoliberalismo. Seis años después, no hay transformaciones significativas en términos económicos, políticos ni culturales. Por el contrario, hemos visto y sufrido la mano dura e indolencia de quienes gobiernan: desalojos violentos, cierre de espacios comunitarios, militarización del Wallmapu, estigmatización de la migración, alzas constantes y precarización de la vida. Aquel 15 de noviembre quedará marcado como el día de la traición, cuando desde arriba firmaron “la salida de la crisis” y acabaron con cualquier posibilidad de cambio estructural.
En este 2025, tenemos nuevamente las caras que se presentan como candidatos en un país donde la necesidad de cambio le ha quedado grande al asiento presidencial, el parlamento, alcaldes y sus legisladores. Por eso, somos conscientes de que un futuro donde la vida digna sea para todas, no podrá ser creado bajo instituciones que no tienen en cuenta nuestras necesidades más sentidas, sabemos que ni el burócrata ni el burgués podrán satisfacer a plenitud lo que requieren nuestras familias y territorios . Si seguimos creyéndoles, el futuro que nos espera es la miseria y precarización de nuestras vidas, todo por seguir SUS formas de hacer política.
El electoralismo funciona como una forma sofisticada de desmovilización. Por eso, no podemos hablar de cambio sin antes darle un contenido, sustentado desde las bases y con perspectiva de clase. De lo contrario, el cambio podrá ser usado por cualquier sector para presentarse como una alternativa ante el hartazgo del pueblo. El verdadero cambio no vendrá de las urnas ni de los parlamentos, sino de nuestra capacidad para organizarnos y construir fuerza social.
La Revuelta de octubre: potencia y límites
La clase dominada, por lo general, avanza despacio o retrocede o se estanca, sin embargo hay momentos en los que avanza de prisa y sin pausa. La Revuelta fue, justamente, uno de esos escenarios de mayor dinamismo y fuerza, donde la espontaneidad y la radicalización de la lucha se conjugaron para producir el estallido social. Miles salieron a las calles sin que nadie les dijera que lo hicieran, demostrando que el pueblo tiene la capacidad para reconocer la injusticia y rebelarse contra ella. La potencia de aquellos días fue innegable: las calles se llenaron de vida, de rabia digna, de creatividad popular. Se quemaron los símbolos del poder, se levantaron barricadas, se organizaron ollas comunes, se crearon cabildos y asambleas.
Pero la espontaneidad, por más potente que sea, tiene sus límites. Cautivadas por lo que acontece, las organizaciones sociales autónomas estuvimos presentes sin tener claridad sobre cuál podría ser nuestra propuesta para ese momento de efervescencia. Intentamos organizar asambleas territoriales, construir programas, avanzar en reivindicaciones, juntar sectores y resistir a la represión. Aun así, no alcanzó para canalizar la fuerza de las miles de personas que salieron a las calles. Es preciso reconocer que La Revuelta llegó y no teníamos los niveles de organización necesarios para sostener aquel impulso transformador: no logramos consolidar bases fuertes y organizadas que pudieran dotar de contenido y propuesta la digna rabia movilizada.
Aquí se hace evidente la importancia de las estructuras organizativas. La lucha mediante nuestras organizaciones de clase y territoriales, cuando está bien organizada, puede ser el puente entre la rabia espontánea y el proyecto político de largo plazo. No se trata de dirigir desde arriba ni de imponer programas ajenos, sino de construir organizaciones que permitan que la fuerza popular se sostenga en el tiempo, que se fortalezca y se dirija hacia objetivos concretos. La Revuelta evidenció nuestra capacidad de autorganización, la fuerza de la protesta y la creatividad del pueblo. Pero también nos mostró que sin organización de base sólida, sin claridad estratégica, el fuego se apaga rápido y otros terminan capitalizando el descontento para sus propios fines.
Construir nuestras capacidades: la tarea pendiente
Ahora es un tiempo de reflujo y de resistencia, pero este tiempo no es un tiempo perdido: es el momento crucial para preparar el terreno de las luchas futuras, para fortalecer la organización de base y territorial a partir de la experiencia cotidiana del juntarse para luchar. Sabemos que vendrán nuevos octubres, nuevos momentos donde el pueblo se levante masivamente, y cuando eso suceda tenemos que estar preparadas para que esta vez sí logremos construir una alternativa real y duradera.
El camino es concreto: avanzar en la formación política de los espacios colectivos; impulsar constantemente la confianza en nuestra capacidad para gestionar comunitariamente la vida; no abandonar el método de la lucha y de la acción sin intermediarios; crear una cultura solidaria como respuesta al sistema de muerte que nos imponen y avanzar en la unidad con los sectores en lucha.
Todo esto es lo que llamamos prefiguración política, es decir, construir aquí y ahora, en pequeño, en nuestros territorios, las formas de vida y organización que queremos generalizar. Las organizaciones populares que se autogobiernan, que resuelven sus necesidades sin depender del Estado ni del mercado, son escuelas vivientes de la sociedad futura. Ahí aprendemos haciendo, vamos construyendo la confianza y las capacidades que necesitaremos cuando llegue el momento de dar el salto.
Finalmente, no quisiéramos cerrar este comunicado sin declarar nuestra solidaridad a la familia de Julia Chuñil, luchadora mapuche que, como muchas, sufrió un fin horrible a manos de la clase dominante, la misma que aún nos mantiene empobrecidas y nos asesina con total impunidad. Ese: “la quemaron”, arde en nuestros corazones, alimenta nuestra digna furia ante la injusticia y aumenta nuestra impaciencia por transformarlo todo, por construir desde abajo un mundo radicalmente distinto, donde la fuerza organizada de las comunidades erija el mañana de las empobrecidas, de las sin techo, de las discriminadas y perseguidas, es decir, de las oprimidas.
¡Siempre es octubre en nuestros corazones!
Movimiento Solidario Vida Digna de San Joaquín